Juventud, divino tesoro. Pero qué poco tesoro, entendido como dinero, se tiene en la juventud. Con el estudio masivo de carreras, másters, doctorados, idiomas y demás gaitas que engordan el curriculum y entretienen mientras te llega a los veintitantos la beca de tus sueños (esa de 600 € al mes por jornada completa en una empresa de medio pelo), se ha retrasado mucho la edad de emancipación y se ha empobrecido el poder adquisitivo de los jóvenes.
La mitad de los menores de 25 están en paro, un tercio si ampliamos la edad a 35 años. La juventud nunca lo ha tenido fácil, pero irse del nido y ahorrar para comprarse un piso es más difícil ahora que antes. La vivienda sigue cara en proporción a sus sueldos, que si son mileuristas pueden festejarlo a tope.
El sueldo medio de los menores de 30 años es de 12.000 € al año y las hipotecas son muy escasas. La Hipoteca Joven, una realidad palpable hasta 5 años, ha desaparecido en casi todas las entidades financieras.
Así que la juventud menor de 30-35 años se ve abocada a las hipotecas que hay para el resto, enfocadas a perfiles solventes con sueldos altos, antigüedad laboral, ahorros… Justo lo que no han podido conseguir todavía. La mayoría queda fuera del acceso a la vivienda en propiedad. Un tercio se lanza a alquiler como paso intermedio entre la casa de sus padres y la suya, y el resto se van a casa de otros (parejas que los acojan gratis, por ejemplo) o se queda donde estaba.
Lo curioso es que el mercado inmobiliario necesita reactivarse, sin pasarse ni especular ni convertir el ladrillo en la nueva fiebre del oro. Pero sí que necesita resucitar para vender todos los pisos que los bancos acumulan sin querer y las promociones fantasma que asustan en los laterales de las carreteras. De momento entre uno y dos tercios se están comprando a tocateja por inversores que no encuentran rentabilidad en otra parte o aprovechan el momento actual, de bajada de precios (la vivienda ha caído una media del 30%-40% según la zona).
Los bancos necesitan clientes con los que ganar dinero y como los buenos están todos pillados, pues quedan en gran parte los jóvenes, que de por sí son una fuente de demanda natural de vivienda. Son los que van a formar los nuevos hogares, y las viviendas protegidas están en paradero desconocido.
Para poder comprarse un piso actualmente deberían tener pareja, ganar justo el doble de lo que les pagan, tener ahorrado como mínimo el 20% de lo que vale el piso y gozar de trabajo estable. La mayoría no lo tiene. Por ahora, sólo se pueden permitir un piso de unos 60 metros (80 en el mejor de los casos), que no cueste más de 1250.000 € y no les suponga más de 350 € al mes (700 € si van en pareja).
Su reencuentro con la vivienda debe ser algo natural que se produzca en los próximos años si no queremos precarizar la sociedad y mantener las desigualdades. Por un lado hay que mejorar el mercado laboral, en lo que Gobierno y empresas tienen mucho que hacer aunque no creo que quieran. Por otro están los bancos, que deben rebajar sus exigencias, sin jugársela a dar préstamos a cualquier precio. Ahora sólo ven a los jóvenes como morosos potenciales y fuente de problemas.