Como si esto fuera una trilogía de las que enganchan y luego te venden en pack, para completar las sentencias contra las cláusulas abusivas y los swap, la noticia de hoy va sobre clips bancarios. ¡¡Y más quisiéramos que fueran como los que usamos en la oficina para sujetar los papeles!! Pero no…
Los clips se comercializaron en 2007 y 2008 (ya en plena crisis) como un seguro que supuestamente nos protegía de la subida de los tipos de interés.
Digo supuestamente porque la gaita está en que, si los tipos en vez de subir, bajan -como ha sido el caso-, somos los clientes los que tenemos que devolverle al banco la cantidad entre los tipos de interés y el mínimo pactado en el contrato de la hipoteca. Vamos, que los clips son como los swaps, pero con un nombre que suena menos feo.
Después de las recientes sentencias de Sevilla (contra las cláusulas suelo, por abusivas) y los Barcelona (contra los swap de las narices), una juez del Juzgado de Primer Instancia número 1 de Madrid ha aceptado tramitar una demanda que 41 clientes insatisfechos y cansados de tanto abuso han presentado contra Bankinter, por ponerle clips en las hipotecas.
Valientes y cabreados, reclaman a la entidad 431.945 euros más los intereses por el dinero liquidado por Bankinter y por la anulación de los contratos. La juez ha dado al banco 20 días para explicar este desaguisado.
El pecado está en lo de siempre: que no nos fijamos lo suficientemente bien en lo que firmamos, que no preguntamos, que no tenemos ni idea de qué entraña firmar esa hipoteca que nos ponen delante y que los bancos tampoco dicen ni pío al respecto, lo cual es ilegal y de lo que también se acusa a los susodichos en esta demanda.
Más nos valdría ser un poco más friquis de los contratos que nos dan a firmar los bancos para pilotar más de la trilogía de los clips, los swaps y las cláusulas suelo, a cada cual peor para nuestros intereses y genial para los intereses de los bancos.
Estoy por inventar un nuevo deporte de contacto, que seguro tendría mogollón de éxito: el zurring banking. Lo puede practicar cualquiera y alcanza su máximo apogeo cuando el de la sucursal de toda la vida o en la número 20 que entras pidiendo hipoteca te dice que no eres lo suficiente bueno para ellos, a no ser que firmes que el diablo te puede cortar en pedacitos y luego venderlos en El Rastro o Las Ramblas. Mola, ¿eh?